La sobriedad

Aún siento el alcohol que bebí hace tres días. Creo que justo antes de morir, el día que lo haga, tendré esta misma sensación -aguda y abdominal- que será el aviso definitivo. No tengo miedo, pues estoy segura de haber muerto ya unas cuantas veces. Pero ¿y si hoy fuese distinto? ¿Cómo enfrentarse a la realidad?

Como aquellos días en los que no había un dolor. Como cuando el amor era una simple fantasía que daba tranquilidad, al saber que aún no amabas realmente. Y la busqué, un centenar de veces salí a buscarla. Nunca conseguía verla, pues su cuerpo era ya totalmente inventado por mi; pómulos, orejas, pestañas. Todo fue una recreación fantástica y extraordinaria, que al final consiguió ser la cura de un año lleno de vacíos y borracheras continuas. Fue dejar de ser humano para empezar a flotar.

Y que si tal vez sea ese reflejo lo único restante; que me penetre, que eche sus raíces por todos mis órganos, contamine mis cimientos y quebrante mis valores. Pues no soy nada más que este cuerpo -débil e inestable- que solía bailar alrededor de tus pelos cada mañana, para terminar rompiendo como olas en orillas que alguna vez fueron hogar.

Hoy ya nada queda de eso.

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